viernes, octubre 27, 2006

Las Cosas Cambian...Pero no Tanto

Frecuentemente se menciona a Vicente Pérez Rosales, en recuentos sobre la historia del bosque nativo chileno, la mayoría de las veces como si fuera el iniciador de una forma de ver los bosques que los han llevado a una fuerte destrucción. Yo pienso que cada hecho histórico debe ser mirado como parte del momento al que perteneció y no ser sacado de ese contexto. Obviamente la forma de pensar y de ver muchas cosas cambia y lo que puede parecer bueno ayer, hoy no lo es o al revés. En su libro “Recuerdos del Pasado”, Vicente Pérez Rosales cuenta de una forma inigualable, entre otras muchas cosas, las “aventuras” que vivió como agente encargado por el Presidente Manuel Montt, de la colonización alemana en el sur de Chile, en la segunda mitad del siglo XIX. La verdad que esas aventuras tuvieron más de tragedias ya que incluyeron muerte de colonos y por poco la del propio Pérez Rosales al volcarse una balsa que habían construido en el Lago Llanquihue, en medio del viaje que buscaba llegar al mar (Seno del Reloncaví).


Cuenta como encontró a lo que en ese tiempo eran los pequeños poblados de Valdivia y Osorno. Las difíciles condiciones que debían afrontar estos pequeños asentamientos poblados ubicados en tan aisladas zonas del país con un clima hostil y el escaso desarrollo de caminos debido a la espesa vegetación boscosa. Además repara en una especie de adormecimiento de los pobladores que parecían que los llevaba a no tener ganas de tener un mejor pasar, aunque según Pérez Rosales tenían los suficientes recursos naturales para surgir, lo que incluye lo que él llama “inagotables bosques”. Bueno nos hemos dado cuenta, o varios por lo menos que eso no es así pero en ese tiempo es lógico que se vieran así los bosques.

Vicente Pérez Rosales tenía la convicción que la inmigración extranjera ayudaría al progreso de estas áreas, no solo con su propio trabajo sino también como un modo de incentivar las ganas de surgir de los chilenos al ver los buenos resultados de estos.

Como ya dije, Pérez Rosales se encontró con varias dificultades. Una de ellas fue la desconfianza que surgió en los pobladores de las áreas donde llegarían los colonos. Los pobladores pensaron que se les quitarían oportunidades, ocupando tierras que podrían usar ellos y por el temor de algo desconocido. Entonces la viveza del chileno llevó a los pobladores a comenzar a inscribir a su nombre una gran cantidad de tierras que hasta ese momento no tenían dueño. Por ejemplo Pérez Rosales cuenta como se inscribían terrenos después de invitar unas copas de aguardiente a un cacique indígena local, emborracharse con él y llevarlo después a un notario, con testigos que acreditaban que el vendedor era el legítimo poseedor de lo que vendía, para después repartir el terreno entre el comprador y los “testigos”, sin que nadie objetar esta forma de adquirir terrenos.

Como espesos e impenetrables bosques cubrían gran parte de los terrenos, surgía el problema para delimitar los predios, pero mejor dejo que el propio Pérez Rosales cuente esta parte de una forma más entretenida: “La única dificultad…era la designación de los límites del terreno que la venta adjudicaba, porque no era posible hacerla en medio de bosques donde muchas veces ni las aves encontraban suelo para posarse. Pero como para todo hay remedio, menos para la muerte, he aquí el antídoto que empleaban unos para vender lo que no les pertenecía, y otros para adquirir, con simulacros de precio, lo que no podían ni debían comprar. Si el terreno vendido tenía en alguno de sus costados un río, un estero, un abra occidental de bosque, un camino o algo que pudiese ser designado con un nombre conocido, ya se consideraba vencida la dificultad. Medíase sobre esa base la extensión que se podía; si ella estaba al poniente del terreno, se sentaba que éste se extendía con la anchura del frente designado, hasta la cordillera nevada, sin acordarse de que con esto se podían llevar hasta ciudades enteras por delante; si el límite accesible se encontraba al oriente, la cabecera occidental era el mar Pacífico, y si al sur o al norte, unas veces se decía: desde allí hasta el Monte Verde, como si alguna vez esos bosques hubiesen dejado de ser verdes; y otros sin términos, como acontecía con los títulos de un tal Chomba, que bien analizados adjudicaban a su feliz poseedor el derecho de una ancha faja de terrenos, que partiendo de las aguas del seno del Reloncaví, terminaba, por modestia, en el desierto de Atacama.”

Bueno con esta forma de hacer las cosas era inevitable que Pérez Rosales tuviera dificultades para encontrar terrenos donde dejar a los colonos. Tuvo entonces que explorar más al sur. Sin caminos y con pocos lugares que permitieran una referencia la tarea de llegar al seno del Reloncaví es casi una hazaña. De hecho al volver con algunos colonos desde lo que ahora es Puerto Montt, un padre y su hijo que venían al final de la fila de personas que se abría paso por el bosque, se pierden y nunca son encontrados.

El mayor descrédito actual de la forma de llevar la colonización alemana en el sur lo dio la quema de extensos bosques vírgenes de gran parte del valle central al SE de Osorno. El mismo Pérez Rosales encomendó a un indígena al que llamaban Pichi-Juan el quemar estos bosques. El incendio iniciado siguió por más de tres meses y al ver esta inmensa superficie despejada, todos estaban muy felices.

Todo esto hoy parece un crimen, y yo pienso que lo es, pero como dije, pienso que las cosas son en la medida que se tienen, no se podían ver de otra forma. Para terminar dejo una frase de este libro en que Vicente Pérez Rosales se refiere a lo que habían dicho exploradores que pasaron antes por esas tierra y pensaron que nunca podrían existir asentamientos humanos allí, debido al clima, barro y bosques inaccesibles “Hombres a quienes el barro y las lluvias espantan ¿qué podían informar del lugar de los barros y de las lluvias?...Para emitir juicios acertados sobre empresas materiales que exigen una acción personal fuerte y constante; para mirar de frente a una imponente dificultad; para sufrir el hambre, el cansancio, las inclemencias atmosféricas; para despreciar el dolor, el peligro y calcular, en medio de él, las futuras conveniencias de los lugares que se examinan, no se han hecho los tímidos corazones”.